sábado, 26 de mayo de 2012

Encuentro "Pronunce Diverse"

Hoy, organizado por el CTP 66 Martiri (donde estudio italiano) y la Biblioteca Civica Pablo Neruda de Grugliasco, se ha celebrado el encuentro "Pronunce Diverse" en el que estudiantes-autores extranjeros hemos leído nuestros relatos. Algunos eran ensayos, otros relatos y otros experiencias autobiográficas. La característica de todos ellos es que han sido escritos en italiano, todos hemos hecho el esfuerzo de escribir en la nueva lengua que hemos tenido la fortuna de aprender. A continuación os dejo mi relato. En italiano éste género se llama giallo (amarillo), en español es negro. Para escribirlo, nuestra profesora de italiano nos dió la primera frase "Lo encontré cuando bajaba por las escaleras...", frase sacada de la canción  "Incontro" del cantautor italiano Guccini, y a partir de ella teníamos que escribir lo que se nos ocurriera.

     
    "Lo encontré cuando bajaba por las escaleras, era mi sentimiento de culpa. No había previsto que lo tendría. Es más, estaba tan convencida de hacer algo justo y que no habría tenido consecuencias sobre mí, que me sentía muy satisfecha. Sin embargo, bajando las escaleras ayer, sentí el aroma de las petunias de mi vecina. Ese era el mismo perfume que se olía en casa de la Señora  Benedetta. Ella era una vieja y rica mujer de la burguesía turinesa y yo trabajé en su casa haciendo las faenas casi un año. En su casa todo estaba prohibido: no se podía hablar en voz alta, no se podía cantar mientras se hacían las labores, no se podía entrar con los zapatos, no se podía levantar mucho las persianas, porque el sol estropeaba el color de los muebles, no se podía derrochar el agua, ni la electricidad,… En resumen, era un lugar triste de donde la vida había huido hacía mucho tiempo.
 Encontré aquel trabajo por casualidad: la chica que lo hacía se iba, no podía más, y yo estaba desesperada. Mi marido se había caído de un andamio y se había roto la pierna, y, como es un pintor autónomo, teníamos que vivir prácticamente del dinero que ganaba yo. Aquella casa era un infierno, mujer más mala que aquella puede haber en el mundo. Me trataba como si fuese su esclava: me insultaba, me gritaba y me pegaba con el bastón. No se lo conté nunca a mi marido, me habría dicho que me fuera, pero el dinero nos hacía falta, así que aguanté. Me hizo llorar muchas veces cuando me decía que era una desgraciada y una meridional1 muerta de hambre y que tenía que agradecerle que ella me permitiera estar a su servicio. Conseguía hacerme sentir inferior a todos. Después de las dos primeras semanas de trabajo me di cuenta de que la odiaba. Nunca había sentido una aversión así de fuerte. Pero tragaba la rabia, mi única idea era llegar, hacer mi trabajo volviéndome lo más invisible posible y marcharme. Aguanté todas sus vejaciones y, mientras tanto, tuve que aguantar tanto la ira que, al final, mi cerebro empezó, casi sin darme cuenta, a elaborar un plan. Quería hacerle pagar todo lo que estaba haciendo, pero también lo que había hecho a las chicas anteriores y lo que pudiera hacer a las siguientes. Hacer algo mientras trabajaba allí no tenía sentido, habría sido la primera sospechosa. Soy hija de un carabiniere2 y esto lo sabía. Así que, pensando que la venganza es un plato que se sirve frío, decidí actuar una vez que hubiera dejado aquel trabajo.
 Cuando mi marido volvió a trabajar, empecé a pensar en marcharme de aquella casa. Hice un duplicado de las llaves, de modo que el día que me marchara, le daría el mazo original y me quedaría con la copia. La Señora Benedetta, como despedida, me dijo que menos mal que me iba, porque no había sido capaz de aprender nada y que cada día me había tenido que decir cómo hacer las cosas.
Después de aquello, no supe nada más de ella. Cuatro meses después de irme, es decir, hace tres años, me pareció que el momento de la venganza había llegado. La Señora Benedetta era rutinaria, así que sabía a ciencia cierta que esa noche se habría ido a dormir a las 21.30, se habría tomado el somnífero y se habría dormido hasta las 5.00 de la madrugada. Dejé todo listo y, a medianoche, me levanté de la cama. Como mi marido llega agotado del trabajo, sabía que él no se daría cuenta de nada. Lo que escuchaba cuando vivía en la casa-cuartel y lo que leía en las novelas negras de jovencita ahora me venía bien para no dejar huella. Cogí el coche, conduje hasta la Colina3 y aparqué en una calle cercana a la de la Señora Benedetta. Llegué a su casa, la soledad de la villa fue mi cómplice. Entré y fui directamente, cuchillo en mano, a su habitación. Allí estaba, tumbada, durmiendo, indefensa, vulnerable como cualquier persona. Tres cuchilladas precisas en el corazón, ni una más, para que no se pudiera deducir que el asesino era una mujer. Pensaba que sentiría alivio, sin embargo sentí un gran vacío. Aún así, tiré algunos objetos, desordené algunos cajones y, por último, me llevé las joyas que había a mano y el dinero, de modo que pareciera un robo. Al salir, rompí el cristal de una ventana, desde afuera, así los cristales caían en el interior de la casa. Ella se merecía un final así de feo y conduje volviendo a casa satisfecha porque había hecho justicia.
Desde aquel día no me he olvidado de lo que hice, para nada, pero estaba tranquila. Leí en el periódico la noticia y lo que había dicho la Policía: que había sido un robo, que la vieja se había despertado y el ladrón, por temor a que gritara, la había matado. También vi su esquela en La Stampa4.
 Pero ahora es diferente, Padre Antonio, sabe que estoy embarazada y que todos los olores los noto más. Y el aroma de las petunias y el niño que llevo me han hecho entender que no puedo seguir adelante con esta pesada carga yo sola. Por eso quería confesarme. Aquella mujer era mala, pero yo también. Pensaba que era buena persona, sin embargo no lo soy, solo Dios decide cuándo debe morir cada uno de nosotros, pero yo querría la absolución.”
 “Pero, Lucía, hija mía, no hay penitencia que te pueda absolver del crimen que cometiste” – respondió el cura – “Y entiendo que no quieras confesarlo a la Policía”
 “Cierto, Padre Antonio, llevo una nueva vida dentro y no puedo ir a la cárcel, me moriría si me quitasen el bebé. Sé que esta cruz la tendré que llevar de por vida, pero sé que usted me ayudará, porque es bueno”
 “De acuerdo, hija mía, para espirar tu culpa buscaré algo que puedas hacer, como voluntaria hay mucho que hacer ayudando a los demás. Pero, por ahora, reza diez Padre Nuestro y cinco Ave Maria. Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”

1meridional: modo en que se conoce a la gente nacida en el Sur de Italia al norte, en ocasiones, se usa en modo despectivo

2carabiniere: cuerpo de seguridad italiano equivalente a la Guardia Civil Española

3La Colina: zona de villas de Turín donde vive la gente más adinerada

4La Stampa: periódico italiano de tirada nacional pero con sede central en Turín.

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